martes, 19 de enero de 2010

LA ÉTICA DEL DEPORTE

Las exigencias éticas contemporáneas están profundamente ligadas al proceso actual de globalización de la cultura, de las relaciones sociales, de la comunicación, de la vigencia y respeto por los derechos humanos en toda su dimensión (incluido el derecho al deporte y a la recreación) y de la economía. Ahora bien, ética es una palabra derivada del griego y en su acepción original significa "costumbres". Por lo tanto, cuando se habla de la ética, se refiere al comportamiento del ser humano, dentro de un contexto particular que involucra a un grupo en particular, al ambiente y en general a la cultura, dentro de ese amplio contexto de globalización que hoy predomina en las relaciones mundiales y en las cuales naturalmente se encuentra el deporte, como un fenómeno social de carácter especial, que impacta de diversas maneras sobre los individuos y la sociedad.

En tal razón las relaciones entre deporte y ética son evidentes, si se entiende que la ética es una opción consciente, profundamente humana, porque se trata de una construcción consciente, de un esfuerzo jurídico dentro de la lógica del derecho y necesariamente ha de plantearse para las organizaciones deportivas, pues será inevitable considerar que el mundo deportivo se enfrenta cada vez más, a nuevos desafíos planteados por la ciencia, la tecnología y el desarrollo resplandeciente de los Mass media, que han abolido los problemas de espacios tiempos y distancias.

Ello implica necesariamente encontrar un acuerdo sobre un cierto número de principios y normas de carácter ético, en el seno de la comunidad deportiva, sobre las formas de actuación de quienes en ese mundo participan y que regularmente los reglamentos y códigos de disciplina no alcanzan a cubrir de forma integral.

Hoy más que nunca, el deporte ha tenido que recurrir a la ética para regular la actuación de las diferentes personas en la vida deportiva. Cada vez es más frecuente escuchar y ver trampas, dopajes, comportamientos indebidos, denigrar de otros dirigentes, soslayar con fines oscuros una buena actuación deportiva, violencia en los campos deportivos, en las tribunas, fuera de los estadios, en los medios de comunicación ligados directamente a la actividad deportiva y en un sentido amplio hacia el resto de los Mass media; agresiones físicas y psicológicas, discriminación y otras tantas taras que afectan negativamente la imagen que a través de otros tópicos genera positivamente el hecho deportivo. Es evidente. Se desconocen los principios éticos en primera instancia de la simple actuación humana y en segunda instancia los principios propios de la ética deportiva. Allí están inmersos, periodistas, dirigentes, deportistas y auxiliares del deporte, haciendo caso omiso a principios básicos de vida y de convivencia humana.

Frente a esa avalancha de acontecimientos, algunos incluso surgidos desde la misma antigüedad del deporte, estos principios éticos fueron ya prohijados desde épocas tempraneras del deporte. En la era moderna, el esfuerzo del movimiento olímpico internacional en primera instancia, es absolutamente claro. Los ingleses en sus clubes, ya tenían en vigencia algunos de tales principios y el Barón Pierre de Coubertain refundador del olimpismo moderno, instauró la denominada CARTA DEL FAIR PLAY, que no es ni más ni menos, que el fundamento de un buen código de ética del deporte, un breve decálogo de principios que desde luego era indispensable comprometerse a cumplir. Como un referente para el lector, a continuación se transcribe integralmente:
"Sea cual sea el papel que juegue en el deporte, incluso como espectador, me comprometo a:
1. Hacer que cada encuentro deportivo, con independencia de lo que esté en juego y de la virilidad del enfrentamiento, sea un momento privilegiado, una especie de fiesta.
2. Atenerme a las reglas y al espíritu del deporte practicado.
3. Respetar a mis adversarios como a mí mismo.
4. Aceptar las decisiones de los árbitros o de los jueces deportivos, sabiendo que, al igual que yo, tienen derecho a equivocarse, pero hacen todo lo posible por evitarlo.
5. Evitar la mezquindad y la agresividad en todos mis actos, palabras y escritos.
6. No recurrir a trampas ni artificios para lograr el éxito.
7. Conservar la dignidad tanto en la victoria como en la derrota.
8. Ayudar a todos con mi presencia, mi experiencia y mi comprensión.
9. Prestar ayuda a cualquier deportista herido o cuya vida corra peligro.
10. Ser un verdadero embajador del deporte, contribuyendo a que mi alrededor se respeten estos principios.
Por este compromiso, me considero un verdadero deportista.
Entre la tolerancia y la fe, hay lugar para el “Respeto Mutuo”"
En una obra escrita por Coubertain entre 1905 y 1916, denominada Respeto Mutuo, tendrá oportunidad de presentar sus profundos argumentos sobre lo que significa este principio básico de actuación y su manifestación específica en el deporte.

Igual y paralelamente como parte central de este tema, se ha desarrollado un concepto que ha de ser impulsado por todos los que participan de los hechos deportivos: es el de la deportividad. Como lo manifiesta el Consejo Superior de Deportes de España, se entenderá por deportividad “…fundamentalmente el respeto a las reglas del juego. Pero también incluye conceptos tan nobles como amistad, respeto al adversario y espíritu deportivo. Deportividad es, además de un comportamiento, un modo de pensar y una actitud favorable a la lucha contra la trampa y el engaño. La deportividad es una concepción del deporte que trasciende del puro cumplimiento de las reglas deportivas para situarse en un entorno de respeto, caballerosidad y consideración del adversario, superando posiciones ordenancistas a favor de una serie de comportamientos que tengan el sello propio de quienes aceptan el compromiso de ser deportivos. La deportividad es ante todo un principio positivo. La sociedad se enriquece con la práctica deportiva y con lo que la misma supone de fomento de los valores de la personalidad más elevados a la vez que con el intercambio personal y social que el mismo supone. El deporte ayuda a conocer mejor, a expresarse y a desarrollarse en un entorno social en el que se valore la salud y el bienestar. La responsabilidad en el cumplimiento de estos preceptos afecta a las administraciones deportivas por su especial significación pública, los responsables del deporte a nivel gubernamental, autonómico y municipal, son los primeros que vienen obligados a dar ejemplo de deportividad, midiendo al máximo la repercusión de sus actuaciones y declaraciones públicas y velando por el interés general en sus actos de trascendencia deportivos. Especialmente, deben velar por la conexión entre deporte, educación y cultura y por la forma de subsumir y adaptar esta a las condiciones esenciales de la práctica deportiva, a las organizaciones vinculada con el deporte, las federaciones deportivas, clubes, asociaciones y todo ente de carácter y promoción deportiva deben asumir su responsabilidad para que su gestión, administración… se ajusten a los criterios de deportividad, de respeto a las normas y reglas deportivas, a los rivales y a los deportistas procurando que su actuación pública haga gala de esos valores; a las personas y específicamente deportistas, padres, educadores, técnicos, árbitros, directivos, así como los deportistas de la alta competición que sirven de modelo que deben guardar un comportamiento de respeto y compromiso con la deportividad y, finalmente, a los deportistas y dirigentes deportivos que por su especial protagonismo público y por el eco de sus actuaciones deben acreditar un comportamiento ejemplar que sirva de modelo a todos los demás actores del mundo del deporte, en especial a los niños y adolescentes, reprobar las actitudes favorables a la violencia, adoptar personalmente una actitud contraria a la deslealtad de terceros e imponer las sanciones adecuadas a aquellos comportamientos que acrediten insolidaridad o adulteración de una competición. Los deportistas, técnicos y dirigentes deportivos deben respetar las decisiones de los jueces deportivos, aceptando sus resoluciones y ejerciendo su legítimo derecho a los recursos que establezca la legislación vigente; deben acreditar que la deportividad y el respeto a las normas del juego están por encima de sus intereses y que tanto en la victoria como en la derrota, tanto en el éxito como en la decepción, su comportamiento público se ajusta a los principios de respeto al adversario, y de expresión de legítimo orgullo sin menoscabo del rival…”

A todas luces, el contar con códigos de comportamiento ético en el mundo deportivo, se ha constituido en un esfuerzo necesario, que hoy desarrollan tanto las organizaciones deportivas, como los mismos gobiernos a través de compromisos especiales de difusión y defensa de éstos valores fundamentales del deporte; la mayoría de Federaciones Deportivas Internacionales tienen sus propios códigos de ética y es obligatorio que los que participan de una disciplina deportiva los conozcan, los difundan y los hagan respetar.

De hecho y por su trascendencia la mayor expresión ética del movimiento deportivo, lo constituye el llamado juego limpio, que de acuerdo con el COI, “…demuestra las actitudes y los comportamientos deportivos que concuerdan con la creencia de que el deporte es una lucha ética… que no sólo implica la observancia de las normas escritas, sino que también describe las actitudes correctas de los hombres y las mujeres deportistas y el espíritu apropiado en que les guíe…” Es tal su importancia, que el MOVIMIENTO OLÍMPICO INTERNACIONAL, cuenta con un organismo encargado de promover el juego limpio en el mundo, denominado COMITÉ INTERNACIONAL PARA EL JUEGO LIMPIO, CIFP, con sede en Francia.

¿Estamos listos para asumir estos compromisos éticos, como integrantes del mundo deportivo?

Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad frente a tal tema. Sea por la simple acogida y aplicación que desde nuestra propia vida deportiva generemos en el entorno, o por la responsabilidad de hacer conocer a otros, estos principios esenciales que no sólo nos mueven como “gente del deporte”, sino como seres humanos.